Hay un tipo de poeta que se apoya en el quicio de una puerta ante el desierto, como John Wayne, y en lugar de limitarse a contemplar el paisaje, lo reconstruye, lo hace suyo a través del lenguaje. Sutil como un navajazo, troca las palabras conjurando la realidad como versos soñados, recuerdos falseados y lugares idealizados, para ofrecernos el retorno a un hogar que nunca existió. Julián Cañizares es ese tipo.
Juan García Rodenas.