Lo que tienen en común los poemas de Benet, más allá de su forma, es la hondura de su mirada, su capacidad para recrear, en el espacio mínimo entre tres versos, no sólo un instante del mundo, sino todo cuanto ese instante condensa: tiempo y espacio, presencias y ausencias, cuanto entra por los sentidos y cuanto escapa del alma. Cada haiku de Susana Benet es un objeto de meditación, como un almiar de Monet. Un pequeño big bang al revés, universo concentrado, vida y trascendencia unidos. Tan breves y tan infinitos.
Martín López-Vega.